Al llegar a la Península del Sinaí, el paisaje te deslumbra. Un mar de infinitos azules sugiere, coqueto, sus intimidades marinas, una tierra de mil marrones cautiva por sus curvas agitadas por el viento. Todo comienza a ser mágico. El silencio estremece el cuerpo y poco a poco te das cuenta que estás en otro mundo, a miles de leguas de nuestro mundo conocido. Es la tierra tocada por el dedo divino... El Monte Sinaí!. Plantearse el reto de subir 2.251 metros de altura con el principal fin de ver el amanecer en la cumbre donde, supuestamente Moisés, recibió los Diez Mandamientos, es una experiencia única, fortalecida por una gran carga emocional. Actualmente, a la actividad diaria de los beduinos "moradores del desierto" de criar y abastecerse de ovejas, cabras y camellos, se une el "negocio turístico". Te los encuentras ofreciendo bebidas, agua, cobijas, camellos y artesanías de todo tipo.
Cuando el cielo no ha abierto el rayo de luz, a eso de las 2 am, la falda del monte recibe a los caminantes y comienza la marcha por alguna de las dos rutas posibles: o subiendo 3.750 escalones o los estrechos caminos de tierra y piedra en camello (por 20 dolares)... o a pie, hasta llegar a los últimos 69 metros en los que 700 escalones te conducen a la cima. Todo está en penumbra y la temperatura ambiente es bastante fría... congela los huesos... El trayecto es duro.
Casi cuatro horas se tarda en llegar al destino. Durante todo ese tiempo, a un paso continuo, tú contigo mismo entablas una estrecha relación de ánimo, satisfacción y, silenciosamente, piensas en lo divino y en lo humano... No es extraño que el paso a veces se tropiece con las patas u otras partes del camello que dormita sobre el camino a la espera de que su amo, un beduino de túnica blanca y turbante de mil colores, consiga esa madrugada un cliente cansado.
- Camel, camel... be careful... camel, camel -
Se escucha persistente una voz, alumbras con tu linterna y prosigues tu camino sabiendo que no estás solo. Tras varios metros andados, siempre hay algún momento en el que crees languidecer. La iluminación de muchas linternas te alienta, permitiéndote divisar un nuevo puesto de beduinos donde descansar un poco. Allí ves que hay gente recorriendo el camino, nada comparado con la cantidad de personas (creyentes o no), procedentes de todas partes del mundo, que te vas a encontrar en la cima. Allí en lo alto sólo te queda alquilar una sucia cobija o encoger tu cuerpo lo que más puedas para no morir de frío, sentarte en algún peñasco, contemplar plácidamente el amanecer... y sentir!!!.
Son alrededor de las 6 am, un sol soberbio, rojizo, sonriente, perfecto, ensoñador, cautivante... penetra la mirada iluminándote con su belleza. Casi al tiempo, escuchas un canto que procede de una pequeña capilla: "La Santísima Trinidad". A ese canto le responde otro de algunos judíos que han subido al Monte esa mañana. Te dejas llevar... le están cantando al sol.
Una vez ha amanecido regresas rumbo a Santa Catherine. En el camino contemplas la serenidad y sobriedad de las colinas circundantes... todo está en calma, como en una paz infinita.
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