Hace unos días tuve la suerte de conocer Egipto, regresé encantado con su gente, paisajes y monumentos, por lo que no dudo en aconsejarles que se sumerjan, sin reserva, en la magia de este maravilloso país.
Además de ser la puerta de entrada a Egipto, El Cairo es una ciudad inmensa, desordenada y llena de polvo procedente del desierto, que a pesar de tan poca sugerente descripción, resulta interesante para cualquiera que se sienta a gusto con una ciudad viva, llena de tradición y habitada por personas supremamente amables.
La cercana necrópolis de Gizeh, es un paseo maravilloso, se trata del conjunto funerario más famoso del antiguo Egipto. Exige unos minutos acostumbrarse a él y rehacer la imágen de los grabados antiguos. El panorama de las tres pirámides: Keops, Kefrén y Micerinos es majestuoso, y un poco más lejos, la imponente Esfinge completa esa imagen mítica del antiguo Egipto. Visitamos la Ciudadela de Saladino donde se encuentra la Mezquita de Alabastro y el famoso Museo Egipcio, modestamente instalado pero con unas piezas de belleza extraordinaria, algunas tan famosas como la hallada tumba del faraón Tutankamón.
Desde El Cairo volamos hasta Luxor, heredera de la mítica ciudad de Tebas, donde nos embarcamos en un crucero por el Nilo. Visitamos el magnífico templo de Luxor dedicado al dios Amón y seguidamente el de Karnak. Ambos constituyen un ejemplo majestuoso de los templos faraónicos, imponentes por sus dimensiones, por la riqueza de espacios y por la monumentalidad de su concepción. Sus relieves, columnas, capiteles y salas, impresionan por su grandeza y por la belleza de su ejecución. Después pasamos a la otra orilla del Nilo para visitar la necrópolis de Tebas, con sus más de 60 tumbas monumentales que componen lo que se conoce como el Valle de los Reyes. El paisaje es verdaderamente envolvente, con la presencia del río oculto tras las montañas rocosas, el calor del desierto y el resonar de una poderosa civilización que mantiene con fuerza sus monumentos más insignes. Allí encontramos realizaciones espléndidas junto a nombres llenos de historia y de misterio. Vimos bellas pinturas que decoran algunos interiores, tumbas como la de Tutankamón, templos extraordinarios como el de la reina Hatshepsut, estatuas inmensas como las de los Colosos de Memnón que, con sus 18 m de altura, guardaban el templo funerario de Amenothep III.
Continuamos la navegación hacia Esna, y después de cruzar la esclusa, proseguimos hacia Edfu. El camino permite contemplar la vida en las orillas y ayuda a entender esa íntima relación entre el Nilo y Egipto, que ha marcado todos los momentos de su historia. Un lugar que nunca olvidaré es el conservado Templo de Edfu, donde acudían gentes de todo Egipto para adorar al dios Horus, cuyo símbolo, el disco solar con grandes alas de halcón, se encuentra en todas las dependencias. Sus relieves e inscripciones son principalmente de significado religioso. Prosiguiendo por el río hasta Kom Ombo, pudimos ver a orillas del Nilo, el templo dedicado a Horus y a Sobek, el dios cocodrilo. Más adelante llegamos a Aswán, cuya represa constituye una especie de frontera, detrás de la que se extiende el inmenso desierto. Tuvimos la oportunidad de pasear en faluca por el Nilo y admirar desde el velero una panorámica del mausoleo de Agha Khan y de la Isla Elefantina. No nos pudo faltar una visita al templo de Philae, al Obelisco Inacabado y a los almacenes de esencias y de alabastro. Aquí concluyó el crucero por las aguas del Nilo, volamos a continuación hasta El Cairo para pasar las fronteras y continuar nuestro viaje.
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